Técnicos contratados por Sanidad recorren las azoteas para erradicar la plaga de gaviotas capturando pollos, pinchando huevos y quitando nidos
JOSÉ ALBERTO GONZÁLEZ CARTAGENA/ La Verdad
Es que no podemos ni salir a la terraza. En cuanto abrimos la puerta o movemos la cortina, se nos tiran. Se llaman unas a otras, empiezan a dar vueltas en círculos y se lanza como locas contra la casa. Piensan que alguien va a ir quitarles su polluelo».
- Pues viéndonos a nosotros, la verdad es que piensan bien.
Chon Mínguez, vecina del sexto piso en el número 21 de la calle del Carmen, relataba ayer su calvario con las gaviotas que tienen tomada desde hace varias semanas la azotea de un edificio cercano como nido para una cría. Y José Andrés Muñoz, técnico de control de plagas de la empresa Rafaela Belmonte, le daba la réplica al resumir con sarcasmo el objetivo de su labor: capturar polluelos y retirar huevos y nidos de la parte alta de decenas de edificios para combatir la plaga de gaviotas que afecta a Cartagena.
Para conocer de primera mano la campaña de lucha contra la superpoblación de gaviotas patiamarillas puesta en marcha por el Ayuntamiento, un redactor y un fotógrafo de La Verdad acompañaron ayer a la brigada que se encarga de esa tarea. Junto al coordinador, José Andrés, Iván y Daniel forman un equipo que empezó su labor el 1 de abril y la acabará el 30 de junio, según las indicaciones de la Concejalía de Sanidad, que dirige Nicolás Ángel Bernal.
El recorrido por varios edificios del centro de la ciudad, donde se concentra la mayor parte de las cerca de 4.000 ejemplares que la Comunidad Autónoma tiene censados en Cartagena (otras tantas crecen al amparo del vertedero de basuras de El Gorguel), empieza en el llamado edificio de los sindicatos.
8.000 en el municipio
Una pareja Larus michaellis, según su nombre científico, ha escogido la terraza de este bloque de doce pisos situado en la Plaza de España para perpetuarse como especie. Y como saben muy bien que ellas harán todo lo posible para defender sus planes reproductores, Iván y Daniel se cuidan muy bien de salir equipados a lo que será su campo de batalla: se ponen un casco de protección homologado, con rejilla para la cara; cubren sus manos con guantes; y, sabedores de que deberán mirar hacia arriba para bregar con las gaviotas, no se olvidan de calzarse unas gafas de sol.
Mientras avanzan hacia un rincón de la azotea, donde han visto un nido, cada uno se afana a su papel. Daniel alza con su mano derecha una escoba que le sirve para ahuyentar a las aves cuando éstas se lanzan en picado para proteger a su retoño. Iván porta una jaula y se pone de cuclillas para llevarse al polluelo. Por si éste aún no ha nacido y sólo hay un huevo, en un bolsillo del pantalón (visten de gris para pasar lo más desapercibidos posible) guarda un punzón.
«Hacemos un pequeño agujero para pincharlo, provocar una especie de aborto y evitar que el pollo se desarrolle. Dejamos el huevo en el nido para que la madre piense que todo va bien. Y entre huevo y huevo esterilizamos el punzón para evitar el cruce de olores. Al tiempo, cuando la gaviota se da cuenta de que su pollo no nace, abandona el lugar y nosotros retiramos el huevo y el nido», explica José Andrés. Y subraya otra ventaja de esta estrategia: «Si retiráramos el huevo al principio, las gaviotas se pondrían muy nerviosas. Y queremos evitar que ataquen a la gente».
Campaña municipal
Nerviosas. Las gaviotas se ponen tensas. Como cualquier madre cuando ve amenazada su prole. Por eso, Iván y Daniel deben actuar rápido. Y eso hacen. Llegan rápido al rincón, pero lo encuentran vacío. Volverán otro día, ahora toca seguir la ruta a otros edificios cuyos vecinos avisan al Ayuntamiento.
El parte de trabajo lleva a los operarios a la Alameda de San Antón, 4, donde Comisiones Obreras tiene su nueva sede. Allí, María José Carbonell, empleada de la promotora del inmueble, Vapregar, relata por qué su empresa llamó a la Concejalía: «Cuando el bloque estaba en obras, ya había nidos. Y ahora, los vecinos nos han avisado de que hay un polluelo y las gaviotas amenazan a los técnicos del aire acondicionado».
Unos minutos después, en la terraza, encima del décimo piso, el técnico de aparatos de refrigeración Juan Antonio Solano admite que varios ejemplares de patiamarillas «se han puesto un poco agresivas» al ver que se acercaba al animalillo para instalar un aparato.
Una «muerte incruenta»
Esta vez, Iván y Daniel tienen que aplicarse más. Entre graznidos y con varias gaviotas lanzándose contra sus cabezas, se hacen rápido con nido y polluelo y se ponen a resguardo, antes de ir a casa de Chon. ¿Y la gaviotilla? Acabará en manos de un veterinario de la Comunidad, que le pondrá una inyección. José Andrés lo dice así: «Es una muerte incruenta».
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