Son los últimos metros cuadrados de tierra virgen en la zona más masificada de la Región, y están resguardados por el Parque Regional de las Salinas. Allí donde se planteó construir un puente para crear un acceso por carretera, hacia Veneziola
Casi jugando al escondite damos con los confines de La Manga. La carretera no tiene pérdida, porque solo hay una y llega hasta donde llega. Al final del trayecto. Pasando el Puente del Estacio, Veneziola y el Puente de la Risa, se acabó lo que se daba. Diga adiós a la tierra para ver solo mar. Eso, claro, si consigue atisbar su azul entre tanto rojo ladrillo. Concretamente, la última playa de La Manga, la del parque de Las Salinas, se sigue escondiendo de miradas indiscretas.
Y digo que se sigue escondiendo porque las obras de la nueva horda de viviendas que se pensaba construir justo delante de la arena tapan, con sus vallas de color gris metal, un buen trozo -o pedazo- de vista. Si me informan bien, que todo es posible en esta vida periodística, la cosa está estancada, de momento. ¡Pues quiten las vallas, que son horribles y nos joden el horizonte! No lo veo claro, pese a la vigencia de los tres o cuatro derechos de bañistas y usuarios. Las vallas que se colocaron en su día para la construcción de Puerto Mayor llevan privándonos de vista y playa desde que Franco era Corneta. Y con todo por resolver, ahí siguen. Dando por culo 'ná' más, como dirían más al sur. Al sur del sur. Pero vamos, que para lo que queda, construyan. Apliquen allí pico y pala, copón. Y de paso le cambiamos el nombre a la cosa y le ponemos El Tetris del Mar Menor. Seguro que a los turistas rusos les gustaba la idea y se bailan unas polcas. O unos 'reaggetones'.Sorteando el vallado y la gran publicidad que anuncia casas de lujo en un lugar privilegiado -que lo sería mucho más, a buen seguro, con tan afortunada arquitectura playera-, pisamos la arena, que milagrosamente está semivacía. Será porque no se ve. A lo lejos, caminando hacia el último metro cuadrado de tierra de La Manga, vislumbramos una familia de paseo feliz. Son los Alcaraz López, que veranean en Cabo de Palos pero que no conocían esta zona. «Muy bonita, pero de difícil acceso». Lo que les decía. Que aquí cuesta acercarse, pero no porque sea un tesoro -escondido de verdad- como sucede en Águilas o en Calblanque, sino por los excesos de la construcción, aunque ahora vaya a decirle a los habitantes de esta zona que muevan las posaderas. Va usted listo.
Ricardo y Mari Carmen, los padres, dirigen la expedición por la última playa. Les siguen los retoños, Joaquín y Ricardo, que se divierten con las decenas de medusas que se agolpan en la orilla. Otra forma de afrontar la invasión. Unos minutos de conversación con el señor de la casa sirven para que salga a la palestra el manido asunto del puente. Sí, ese que se planteó, en algunas mentes y en algún momento, unir San Pedro del Pinatar, que se divisa perfectamente al otro lado de la laguna, con el extremo norte de La Manga. Aquí, donde nos encontramos ahora. De hecho sólo hay unos metros de distancia entre ambas puntas de tierra. Todo dentro del Parque Regional de Las Salinas. Disyuntiva al canto: ¿servicios e infraestructuras o agresión al medio ambiente? Ya dijo Valcárcel que, mientras él fuera presidente, allí no se iba «a tocar nada», a pesar de tener «presiones cada día» para facilitar el acceso norte de La Manga. Otro proyecto, el del túnel submarino, tampoco terminó de erigirse en realidad. Y la vida sigue igual.
A Ricardo no le hace gracia el debate sobre el puente de marras. «No estoy de acuerdo. Rompería toda la estética del parque y afectaría al ecosistema de la zona». Nos enganchamos al tema y seguimos preguntando, convencidos de que la gente se moverá con criterios similares. Pero cuando preguntamos a Pedro y Sara, ingeniero aeronáutico él, ingeniero civil ella, la cosa cambia y se decantan por «hacer algo bien hecho. Aquí la estética se ha perdido, se han cometido barbaridades construyendo casas a pie de playa -y hacen mención a la 'horda' que se anuncia a solo unos metros-, pero una obra bien planificada para dar salida a las comunicaciones por el norte beneficiaría mucho a la Región». Unos metros más adelante, una familia de Vitoria que veranea en San Pedro y quería conocer este paraje se queja de los 80 kilómetros que han tenido que recorrer para llegar hasta aquí «cuando veíamos esta playa desde el otro lado. ¿No sería lógico construir un puente?», se pregunta Fernando, como otros muchos visitantes. Una pregunta que no se puede ni formular ante un ecologista si uno no quiere correr el riesgo de incendio en la oreja propia. El debate, por suerte o por desgracia, todavía seguirá vivo muchos años, aunque con más o menos volumen, como en los últimos tiempos. Mientras tanto, como la familia Alcaraz López, disfrute de las dádivas de la impresionante geografía regional. Si el ladrillo se lo permite.
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